Cuando escribimos, dejamos una parte de nuestras almas en las palabras. Cuando reímos alegramos a otros con nuestras alegrías. Cuando lloramos compartimos el dolor con quienes nos quieren. Cuando vivimos, simplemente crecemos.

jueves, 9 de junio de 2011

Los pequeños placeres, las pequeñas maravillas.



Y los recuerdos con cariño, euforia o dolor son guardados dulcemente y con cuidado en la memoria. Esos recuerdos de cuando era pequeña y jugaba con mi hermano a escondernos de papá y mamá. Aquel primer día, en una nueva casa, un nuevo colegio, una nueva isla.... cuando deje todo atrás. Recuerdo con cariño mi primer beso(pues no, no lo recuerdo ni con cariño ni sin él... no fue lo que yo esperaba). Y que bonita es esa imagen que tengo de mi último viaje a esa isla, que tomé como mía, y que me ha acogido como hija adoptiva;  cuando en medio de gritos ELLA me abrazaba mostrándome como me había extrañado. Por supuesto tengo recuerdos más recientes, recuerdos hermosos y no tan hermosos que llevaré conmigo cuando me toque alejarme de este lugar.
Qué extraño, ¿no? Intentamos vivirlo todo, darlo todo, que todo sea perfecto, sin darnos cuenta de que realmente lo único que podemos hacer es lanzarnos al vacío, porque la seguridad es para los cobardes. Los recuerdos nos enseñan que las cosas quedan ahí... que no se irán... pero para recordarlas disfrutando tienes antes que haberlas vivido con un buen sabor de boca, llenándote de las emociones que te transmiten y sintiendo la embriaguez de sus caricias.
Deberíamos pararnos a recordar a esos niños que fuimos un día, esos niños torpes y despreocupados que no sabían de amar, ni de soñar, no entendían su significado pero aún así realizaban esas acciones como ningún mayor supo hacerlo jamás. Quizá debamos dejarnos llevar por esa pequeña alma de niños perdidos que todos llevamos dentro, y de vez en cuando permitir que nuestro mundo de adultos, nuestra vida planificada, vuelva al lugar de los sueños, al paraíso de la imaginación.

No hay comentarios:

Publicar un comentario