Cuando escribimos, dejamos una parte de nuestras almas en las palabras. Cuando reímos alegramos a otros con nuestras alegrías. Cuando lloramos compartimos el dolor con quienes nos quieren. Cuando vivimos, simplemente crecemos.

martes, 17 de mayo de 2011

El Velero, primera parte. Algún día lo acabaré.

No hay atardecer más bello que el que se observa desde un velero en mitad del mar. Han pasado muchos años, pero aún recuerdo muy bien ese viaje, ese viaje que comenzó con una broma, la broma de hacer una travesía en velero, solos, Ángel, mi recién estrenado amigo, y yo. Todo empezó así con esa broma, pero unos meses más tarde nos encontramos buscando el velero para nuestro viaje, y lo encontramos con relativa facilidad, era una embarcación pequeña, algo antigua, pero que me transmitía muchísima seguridad, casi tanta como la que sentía al ver a Ángel.
Hacía tan sólo unos meses que nos conocíamos, pero desde el primer momento supe que él era especial, a todos los que nos acercábamos a él  nos daba una gran confianza, pero a la vez todo a su lado se transformaba en una autentica aventura.
Zarpamos un mes después de conseguir el barco, nuestra idea era la de llegar a Italia, saliendo del puerto de Denia. Cuando salimos del puerto había un impresionante amanecer en el horizonte, extraño es que en ese momento no me di cuenta, pero ahora que lo recuerdo era increíblemente hermoso, llevábamos provisiones y agua para aproximadamente un mes, que era el tiempo que teníamos planeado que durara el viaje. En nuestras mentes, o al menos en mi mente, iban las dudas, dudas de si todo aquello iría bien. Y claro, en mi interior, como ya os habréis imaginado, yo llevaba toda la emoción de una chica joven, tan tonta y romanticona como todas, aunque siempre lo intentaba tapar en esa fachada mía de dura e independiente.
La primera semana de travesía fue la más dura, Ángel me enseñó todo lo necesario para llevar bien el velero, y la verdad es que tuvo una paciencia infinita conmigo. Los días se me pasaban volando con él a mi lado, no parábamos de hablar, nos contábamos anécdotas, cosas de nuestras vidas, tanto las buenas como las malas, en esos días le abrí mi mundo como nunca se lo había abierto a nadie, y como nunca lo he vuelto a abrir. Él se encargaba de las comidas y yo de la limpieza, ya que yo y la cocina nunca nos hemos llevado muy bien. Aún recuerdo como si hubiera pasado ayer, cuando le hice una de esas deliciosas tartas de queso que me salen tan ricas, Ángel no paraba de revolotear a mi alrededor metiendo el dedo en todo los ingredientes, parecía un niño alrededor de su madre cuando ella hace su comida favorita.
A medida que pasaban los días yo encontraba miles de cosas que me hacían enamorarme más de él, sus ojos al mirar el atardecer, la media sonrisa que ponía cuando yo le contaba algo sobre mis fracasadas relaciones amorosas, o como no aguantaba la risa cuando se “enfadaba” conmigo, todo en él hacía que mi corazón se revolucionara.
A veces lo descubría mirándome mientras yo leía tendida al sol en la cubierta, y, cuando el notaba que lo había pillado se ponía rojo y seguía con lo que estaba haciendo.
Al principio de la segunda semana encontramos una preciosa y solitaria cala, en la costa de lo que el GPS decía que era Francia. Así que decidimos echar el ancla, y descansar unos días ahí. En la primera noche que pasamos en nuestro recién descubierto paraíso privado, cenamos de forma copiosa, y para finalizarla nos comimos un dulcísimo postre de chocolate que hizo Ángel. Luego cogimos una botella de vino, y nos sentamos en la cubierta, allí, muy cerca el uno del otro, permanecimos un largo rato, en silencio, contemplando la bella y enorme luna llena que se mostraba esplendorosa sobre nosotros, rodeada de un millar de increíblemente brillantes estrellas. 
De repente Ángel rompió el hermoso silencio de la noche, para decir algo aún más hermoso que ese momento:
-Danae, me alegro mucho de compartir este viaje contigo, no podría haber deseado estar ahora mismo con otra persona aquí. –
Yo iba a responderle, pero, cuando le miré vi que su cara estaba muy cerca de la mía, entonces su mano subió por mi espalda hasta mi cuello, y empujándome desde ahí, acercó aún más mi cara a la suya, y nuestros labios se unieron en un beso apresurado y lento, salvaje y contenido.

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