Cuando escribimos, dejamos una parte de nuestras almas en las palabras. Cuando reímos alegramos a otros con nuestras alegrías. Cuando lloramos compartimos el dolor con quienes nos quieren. Cuando vivimos, simplemente crecemos.

domingo, 20 de marzo de 2011

Hoy, no sé por qué, pero he mirado la alianza, ese aro de plata que representaba nuestra unión. Y me ha dado miedo, un miedo estúpido, un miedo irracional. No he sentido nada, he leído nuestros nombres en su inscripción, y tampoco, nada. Es extraño, hasta este día al recordar los momentos que vivimos juntos en mi se mezclaba la añoranza y el rencor. Pero esta vez... esta vez he visto esos recuerdos, como si no fuera yo quien los vivió, como si no fuera yo la que te lo dio todo. Y ahora me siento vacía, bueno, no, vacía no es la palabra. Me siento liberada, como si al fin no estuviera atada a ti, pero a la vez me da miedo. Admitamoslo, me había creado una inmensa dependencia a ti, incluso en estos casi 6 meses separados, pero ahora no, ahora no me apetece oir tu voz, me irrita que me hablen de ti... te siento como un extraño. Y por eso tengo miedo, porque sentir esto me demuestra algo que ya hace tiempo me ronda la cabeza. Por mucho que ames el amor se acaba, no dura siempre, no merece la pena ilusionarse con la eternidad. No importan las promesas que hagas, ni las falsas esperanzas, algún día todo termina. Así que lo mejor que se puede hacer es vivir, vivirlo todo, arriesgar, soñar, disfrutar, probar. Así que no nos engañemos, la eternidad es más efímera de lo que se cree, no se tú, pero yo pienso disfrutar de todo, contigo y sin ti, y en el momento que acabe miraré atrás alegre de lo que viví.

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