Cuando escribimos, dejamos una parte de nuestras almas en las palabras. Cuando reímos alegramos a otros con nuestras alegrías. Cuando lloramos compartimos el dolor con quienes nos quieren. Cuando vivimos, simplemente crecemos.

viernes, 19 de agosto de 2011

Una herida que cuando menos te lo esperas desaparece.

Una herida, ¿nunca os ha pasado? Un simple corte en el dedo, de esos que nos hacemos todos sin querer. Un simple cortito tan tonto que sangra mucho y que los primeros días nos duele cada vez que lo rozamos. Pero luego pasa el tiempo y te olvidas de la herida y cuando te da por mirarla ya no queda ni rastro de ella, poco a poco se mimetizó con el resto de tu piel y ya no existe.

Y es entonces cuando te das cuenta de que las heridas de la vida son como esas pequeñas heriditas. Los primeros meses no haces más que fijarte en ellas, cuidarlas mimarlas. Y, de repente un día cuando quieres darte cuenta ya no las sientes ya no sabes dónde estaban, ni siquiera recuerdas como sucedió esa heridita, y tampoco te molestas en pensarlo demasiado.

Pues de repente ya con la edad aprendes a olvidar cuanto antes esas heridas, a curarlas cuanto antes y ya no volver a ellas. Pronto nos damos cuenta de que  esas heridas nos  han regalado algo, nos han dado personas a nuestro alrededor, aquellas que esos primeros meses de heridas nos siguieron de cerca, sin abandonarnos, y también nos dan a esas personitas que están en nuestra vida para impedirnos volver a herirnos, personas que sin darse cuenta nos quieren más de lo que nosotros pensamos, y que lo muestran cada día que pueden.

A esas personitas que tanto me dan, y que quizá no tengo muy presentes os agradezco aquí  y ahora esa compañía en mis pequeñas heridas que ahora ya están olvidadas.

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